Thursday, October 25, 2012

La lluvia en Madrid

Ver llover, en Madrid, es más bonito. Es difícil saber por qué, si por necesidad de ver de nuevo un cielo gris que me transporte al pasado, al norte del que vengo, o por deseo de sentir el frío que traen las gotas consigo, arrancado de lo más alto del cielo, donde tiritan las nubes. Puede que incluso no sea Madrid, que lo bonito de esta lluvia sea el tiempo, y no el espacio; un tiempo cargado de cambios, de incertidumbres, de libertad y de vacío, tan variable que casi parece infinito. Desconozco el porqué, pero tampoco lo busco. Abro mis ojos y la imagen que recibo del mundo, recortada como por un marco de fotos con forma de ventana, me muestra un árbol temblando de frío, sacudiéndose el agua de encima en cada hoja que -a pesar de lo entrado del otoño- sigue verde y viva. Y tras el árbol, la rojiza fachada de un hotel abandonado, de soñolientos cristales a mitad velados por persianas descoloridas y llenas del polvo de los años. A decir verdad, apenas veo el cielo; solamente la esquina superior del cristal lo introduce -recortado entre dos edificios- como un entrante de mar rodeado de agresivos gigantes de cemento. Y sin embargo siento su presencia en cada partícula de aire que respiro, veo su manto gris reflejado en los oscuros cristales del hotel abandonado, y huelo la humedad que ha pintado en el viento.

Como suele ocurrir, al no querer pensarlo lo pienso. Lo bonito de la lluvia en Madrid es que dibuja límites en el suelo, escribe fronteras ensombrecidas en las calles y llena el espacio de tal forma que me hace sentir amenazado. Amenazado, pero no vulnerable, porque la lluvia conoce bien sus dominios y no busca adentrarse más alla; sentado tras la ventana, en mi habitación, estoy seguro. Y es esa sensación de seguridad la que transforma un momento gris en bonito, porque me hace sentir en casa. Viendo el cielo arrojar su furia sobre Madrid, olvido que estoy solo en una gran ciudad, en mitad de un camino lleno de responsabilidades y deberes, rodeado de compromisos y problemas a los que no encuentro ninguna solución. Olvido que el mundo es enorme, tan grande que da pánico imaginarlo, y que hay millones de personas a las que me perderé a lo largo de la vida, a las que tal vez estoy perdiendo mientras escribo estas líneas. Olvido el tiempo y olvido el espacio, porque lo más bonito de la lluvia en Madrid es que disuelve la realidad y la condena a unos minutos de pausa, en los que solamente existe una habitación con vistas al mar que cae desde el cielo.

Sunday, October 7, 2012

Beautiful eyes

If it's drama you want, then look no further.

De un momento a otro la vida te puede cambiar por completo. Aunque tal vez sea más correcto decir que de un momento a otro puedes ser catapultado al pasado de forma tan eficaz, tan honda, que parece imposible pensar que jamás saliste de él. Escuchar en tu cabeza canciones a medias, olvidadas por los años -como trozos de tela sobrante perdidos en un cajón de sastre-, volviendo a sonar -frescas, nuevas- con la misma ilusión, la misma emoción que entonces te embargaba. Y te sientas frente a ese mundo virgen y fecundo, un páramo sin explorar compuesto de teclas blancas y negras, y empiezas a tocar. Y creas, destruyes, mezclas y separas; alquimia pura, casi magia.

¿Por qué nos cuesta tanto decir adiós? Al fin y al cabo, es lo único seguro en esta vida; tenemos la certeza de que hay que decir adiós. Adiós a las personas, las historias, los sentimientos, las ilusiones y, por qué no, adiós al que fuimos y nunca volveremos a ser. Debemos de tener algo de autodestructivo escrito en los genes, una espina masoquista que nos empuja a buscar el dolor del recuerdo, en una trepidante batalla por revivir aquello que un día fue nuestra vida, nuestro "yo" más inalterable -o eso creíamos-, sin pensar por un momento que tal vez la contienda resulte fatal. Porque volvemos a un estado que no nos pertenece, y sufrimos doblemente: en primer lugar, la realidad nos golpea de frente al darnos cuenta de que -a riesgo de sonar típico- nada volverá a ser como antes, y una vez superado ese paso el dolor persiste, pues aquel sentimiento que intentamos recordar se aferra a un clavo ardiendo -siendo ese clavo la memoria- y nos devuelve la sensación de antaño, pero esta vez sin el edulcorante de la esperanza, simple y verdadero, sin compasión.

No hay nada que hacer. La batalla estaba perdida antes de haber sido planteada, antes incluso de existir motivos ni personas que los buscan. Llegará el momento de nuevo en que te enfrentes a sus ojos y tu corazón comience a latir desbocado, sin razón alguna, agotado todo atisbo de lógica, y entonces sólo quedará la opción de saborear -como quien mira, hechizado, el humo de un cigarro bailar con el aire- cada segundo extraído del pasado, y sonreír con la primera vez que alguien te dijo que ojos más bonitos tienes.