Tuesday, January 31, 2012

Un marino en la cocina

Me sentía condenado.  Como uno de esos vasos que colocas sobre la cazuela llena de agua en la fregadera, flotando y balanceándome para no sumergirme.  Con cada balanceo el vaso intenta ganar estabilidad, contrarrestar las fuerzas y evitar, a toda costa, el naufragio.  Pero cada balanceo acerca su borde al agua, un poquito demasiado, sólo un poco, suficiente para que el agua penetre durante medio segundo directa al fondo de cristal.  Con el primer balanceo, unas gotas, que tiran hacia el plateado suelo; con el segundo, un poco más del mortal veneno incoloro, que empuja la nave hacia el abismo.  Un último balanceo y el vaso colapsa, rápido y en silencio se hunde como una pesada luna en el horizonte.

Y yo observaba la fatídica inmersión, apoyado en la encimera, incapaz de impedir el predecible desenlace.  Los restos de la tragedia yacían ante mis ojos, anegados, difuminados sus contornos fantasmales.  La cocina, sumida en el más solemne de los silencios.  No se oían ni las olas.

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